A pesar de las afirmaciones del presidente, los registros presentados en un caso de fraude en su contra sugieren que sus riquezas no eran el producto de un imperio estable y sólido.
En la primavera del año pasado, cuando el posible regreso de Donald Trump a la Casa Blanca dominaba la atención pública, sus finanzas, en gran parte no reveladas, se enfrentaban a serias amenazas.
Su edificio de oficinas en el Bajo Manhattan generaba muy poco dinero para cubrir su hipoteca, y el saldo se estaba venciendo. Muchos de sus campos de golf carecían de jugadores suficientes para cubrir los costos. El flujo de millones de dólares anuales procedentes de su época como celebridad televisiva se había agotado en su mayor parte.
Y una oleada abrupta de juicios amenazaba con devorar todo su dinero.
Entonces, cuando consiguió la nominación del Partido Republicano, todo empezó a cambiar.
En los meses siguientes, Trump, junto con sus dos hijos mayores, Eric y Donald Jr., reorientó el negocio familiar al formar una serie de asociaciones, especialmente en criptomonedas, con inversionistas dispuestos a apostar por su victoria.