En Eddington, la nueva e inquietante película del director Ari Aster, se captura la tendencia estadounidense a vivir obsesivamente en el presente. Mientras un pueblo de Nuevo México se desgarra por los mandatos de las mascarillas de la era covid, el movimiento Black Lives Matter y las teorías de la conspiración, un conglomerado sin rostro construye un centro de datos en las cercanías, una manifestación física de nuestro futuro dominado por la tecnología. Es un mensaje poco sutil: las compulsiones a corto plazo nos impiden ver las fuerzas que están rehaciendo nuestras vidas.
En el caos que retrata el filme, Donald Trump está afuera de la pantalla y es omnipresente al mismo tiempo. Durante la década en que ha dominado nuestra política, ha sido causa y síntoma del desmoronamiento de nuestra sociedad. Su ascenso dependió del matrimonio entre el capitalismo desenfrenado y la tecnología no regulada, que permitió que las redes sociales demolieran sistemáticamente nuestra capacidad de concentración y nuestra experiencia de la realidad compartida. Y encarnó una cultura en la que el dinero ennoblece, los seres humanos son marcas y la capacidad de avergonzarse es una debilidad.
En la actualidad, parece haber completado su conquista de nuestra psique nacional. Como nos recuerda de una manera dolorosa Eddington, el primer gobierno de Trump, en comparación moderado, acabó en una pandemia catastróficamente mal gestionada, protestas masivas y una insurrección violenta. El hecho de que regresara al poder incluso después de esas calamidades pareció confirmar su instinto de que Estados Unidos se ha convertido en una empresa con un margen de error ilimitado, un lugar donde los individuos —al igual que las superpotencias— pueden evitar las consecuencias de sus actos. “Mucha gente pensaba que era imposible que yo protagonizara un regreso político tan histórico”, dijo en su discurso inaugural. “Pero como ven hoy, aquí estoy”.